martes, 12 de enero de 2016

El abrazo de Sherezade

Tengo una especie de secreto personal que ahora comparto.

Cuando comenzó la guerra en Siria acababa de estar, recientemente, en ese país cargado de historia, casi leyenda. Compré en una tiendita un jabón de Alepo, famoso por su receta artesanal de más de 2.000 años. Me prometí estrenarlo cuando todo esto terminara, como celebración. Aún sigue en el cajón. Mucho más tiempo del que yo esperaba y verlo me produce dolor.

Sé que esto que comparto es una banalidad, pero cuando la realidad de sobrepasa y te faltan las palabras, pueden aparecer hasta las supersticiones.

Pero es verdad que “ver” las cosas, las hace cercanas, te las vuelve presentes, por eso el proyecto Maestros con los niños de Siria quiere “ver” y no guardar en el cajón del recuerdo la imagen de Aylan y tantos otros niños.

Me gustaría, cual Sherezade, que cuando alguien consiga salvar a alguno de estos niños, lo abrazara y le contara un cuento de Las Mil y una Noches, que le recordara su tierra en paz, que no terminara nunca, que lo alejara de la terrible verdad que los rodea.

Y a los niños de aquí, a los nuestros, les contaría este otro cuento:

Érase una vez, una familia de ardillas que vivía en el bosque. Al llegar el invierno, los papás ardillas estaban muy contentos porque tenían todo listo para pasar el invierno, mucha comida y ramas para sus hijos. Pero una noche, Papá Ardilla escuchó un fuerte ruido. Se asomó a su hueco del árbol y vio que el bosque estaba amenazado por una gran máquina que talaba todos los árboles dejando sin casa al resto de animales, que corrían aterrados tratando de salvar a sus hijitos.

Papá Ardilla cerró la puerta, no quería que sus hijos se asustaran. Pero el ruido era tan grande que Mamá Ardilla le preguntó:
-    ¿Qué pasa afuera? 
   No te preocupes, sigue durmiendo. Nuestro árbol es el más grande y fuerte del bosque y no va a         pasarnos nada.

Pero Mamá Ardilla no podía quedarse tranquila sabiendo que sus vecinos tenían dificultades y le dijo:
-    Debemos ayudar a nuestros vecinos. Tenemos espacio y comida para compartir con los que más lo    necesitan ¿Para qué vamos a guardar tanto, mientras ellos pierden a sus familias por no tener nada?

Papá Ardilla miró a sus retoños durmiendo calentitos y corrió a ayudarles. Al momento, el inmenso roble estaba lleno de animalitos felices de refugiarse en él. El calor de todos hizo que se derritiera la nieve acumulada en las ramas y se llenara de flores, ¡primavera en mitad del invierno! Y todos, durmieron abrazados esperando la llegada del buen tiempo.

Abracemos a los niños sirios, como si fueran propios. Tal como me gustaría que hubiera unos brazos lejanos para abrazar a mis hijos, si fuera el caso.

Elena Rodríguez @iElenaR