martes, 29 de diciembre de 2015

Imaginando el sueño...

Soy maestra. Desde hace 17 años, la docencia me ha producido grandes satisfacciones. Pero no solo eso, sino el hecho de ser madre de 3 hijos. Padezco cierta sensibilidad hacia la infancia, que se manifiesta en todos los recodos de mi existencia.

El tema de los refugiados también ha hecho mella en mi alma. Pertenezco a esa minoría ciudadana a la que siempre le ha dolido lo que estas personas están viviendo, pero aún más lo que pueden estar pasando los niños en su periplo caminante por tierras desconocidas de oriente. Bueno, oriente, Occidente... ¡qué más da! Hace unos meses nos llagaba la foto del pequeño Aylan Kurdi, de 3 años, sacudiendo aún más nuestras conciencias.
Hay un hecho que siempre me ha parecido de lo más dulce y tierno de admirar: el sueño de un niño. Tengo la imagen del hecho de DORMIR, un tanto idealizada. Me resulta extremecedor ver a un niño dormir.

Algunos se abrazan a un trapito o gasa, lo frotan contra su mejilla, o simplemente ya desde las primeras semanas de vida aprietan sus caras contra ellos, en busca de algo de protección similar a la del vientre de sus madres. Con el paso de los años, esos trapitos llegan a ser para ellos valiosos fetiches tranquilizadores, capaces de calmar sus llantos y sus ansiedades más desesperantes. Otros desarrollan vínculos con peluches, chupetes que multiplican en sus manos a modo de "plan contra la pérdida", pero al final, llegan a tener las mismas funciones que los anteriores. Conozco a personas, ya adultas, en las que aún perduran estos antiguos vínculos.
DORMIR es un hecho necesario biológicamente. Pero no solo eso: es un acto que solicita un ambiente y unas condiciones físicas adecuadas de temperatura, luz, comodidad, etc. Pero ante todo es un acto íntimo, que solo es realmente gratificante y reparador cuando se realiza en una situación de calma y tranquilidad, en una atmósfera protectora y segura para el durmiente, bajo la confianza que le dan quienes descansan y hacen lo mismo cerca de él.

La duda es... ¿y los niños refugiados durante su huida? ¿En qué condiciones duermen? ¿Qué es lo realmente importante de ese sueño: el descanso físico o la tregua al alma? Como madre y educadora, me cuesta imaginar las atroces condiciones en las que sus cuerpos descansan. Quizás abrazados a sus madres, tumbados en la tierra fría, o sobre una cama de telas, chaquetas, plásticos... Abrazados a sus madres, a sus peluches también emigrados, o a un trapito roto y desgastado que aún mantiene el olor a su hogar o quizás apegados a alguien desconocido que les tendió la mano tras perder a su familia en el frío viaje.
Tal vez sus cuerpos, exhaustos de la diáspora, permitan una tregua a sus sueños. Tal vez sus mentes no sueñen, con el fin de dejar el trauma escondido hasta que pase lo peor, o tal vez sueñen con lo que dejaron atrás y perdieron, con noches tranquilas y sosegadas en algún lugar del planeta, sin estallidos ni derrumbes que ensordezcan sus deseos y sus derechos.

Tal vez no dispongan de su almohada, aquella incondicional cómplice de tantos sueños, deseos, frustraciones, alegrías, confidencias. Almohada que la madre enfundaba semanalmente en distintos y alegres motivos infantiles (rayas, lunares, lisas o arrugadas). Aquella bajo la que escondían sus manitas durmiendo de lado o bocabajo, la que templaba el cuerpo y el alma.

Tal vez ahora solo sueñen con una tiza y una gran calzada sin espinos a los lados, sobre la que pintar:

SOLO SUEÑO CON VIVIR EN PAZ.

Montse Alonso Álvarez
@monsealo
@ElSuenoDeMalala