"Ellos han concluido su vida mientras nosotros
caminamos como sombras de nosotros mismos". Stefan Zweig
A La Rebelión del Talento nos
gustaría recordar a un refugiado que tenemos siempre presente, tanto por su
importancia literaria e histórica, como por su categoría humana. Este autor de
referencia, desde nuestra infancia y primera juventud, es Stefan Zweig.
Paulina leía a su madre las
biografías que Zweig había escrito de Rolland, Verlaine o Balzac, y su historia
tiene un significado personal para ella. Para mí, su preciosa novela “El mundo
de ayer", me hizo descubrir la tragedia que supone el desarraigo, y
disfruté muchísimo de su talento en otras novelas como “Amok”, y “Momentos
estelares de la humanidad”, entre los doce y los catorce años.
Stefan Zweig, como muchos de los
refugiados que se han visto obligados a abandonar su hogar y su patria, y observan cómo sus ciudades, sus casas, sus
familias y amigos, en definitiva, su vida, iba desapareciendo de forma
sistemática, y sin visos de solucionarse, supuso el inicio de una profunda
depresión que lo acompañó para el resto de su vida.
En efecto, Zweig sufrió la terrible depresión del
desarraigo y ello, unido a su enorme habilidad para comprender el sufrimiento
humano hizo el resto…
En el caso de Zweig, el auge del
nazismo, su ascensión al poder y, finalmente, la IIª GM le llevaron a huir de
su casa, su Viena natal, por su condición de judío e intelectual. Primero
marchó a Londres, luego a Bath, después a Nueva York y finalmente, a Petrópolis
donde se suicidó junto con su esposa, Lotte.
Stefan Zweig había nacido en una
familia de judíos vieneses en noviembre de 1881 y se había formado entre Berlín
y París. Amigo de Sigmund Freud y Richard Strauss, sentía debilidad por
los corazones solitarios, coleccionaba partituras manuscritas de sus músicos
favoritos y siempre sintió un enorme miedo a envejecer. Fue un autor de enorme
éxito en vida, su obra era muy popular en su país y en Alemania. Sin embargo,
todo su mundo se derrumbó con el nacimiento del régimen nazi.
El exilio de Zweig comenzó el día en que había decidido
abandonar su mansión de Salzburgo por la presión de la aviación nazi, que
arrojaba panfletos sobre la ciudad. Con el estallido de la IIª GM se mudó a
Bath, "Me siento más
aislado que en ningún otro lugar del mundo", dijo a un amigo en 1939. "¿De
verdad crees que los nazis no llegarán hasta aquí?", le decía a su jardinero… Hitler
nunca llegó a invadir el Reino Unido pero sus aviones destruyeron Bath en abril
de 1942.
Para entonces Zweig y su esposa Lotte se habían mudado a Nueva
York, donde se vio en medio de una fuerte polémica por su silencio sobre
Hitler, a quien se resistía a criticar en público. Muchos judíos le reprocharon
su decisión de seguir trabajando con el músico Richard Strauss, que durante un
tiempo mantuvo buenas relaciones con el régimen alemán. Pero él siempre señaló
que “nunca hablaría contra Alemania”,
y afirmó “El intelectual debe permanecer
cerca de sus libros”.
Estas frases son de alguien que busca refugiarse en sus
libros, en un espejismo de lo que fue Austria, su Europa, y desencadenó en la
depresión por la insoportable decisión de tener que abandonar su patria, "Tenía la cara de un hombre desilusionado que
intentaba agarrarse a la desesperada al espejismo de una Europa que ya no
existía y que se negaba a llorar como si hubiera muerto".
Su obra fue prohibida en Austria y Alemania, cuando era un
autor de enorme popularidad en su tiempo; fue incapaz de aceptar que su mundo
de ayer había muerto, expulsado de su ciudad, observando cómo el sueño Europeo
se desvanecía; y humillado al ver cómo
el nazismo se apropiaba del idioma alemán, de la cultura y lo sustituía por la
ignorancia y la vulgaridad.
Zweig intentó volver a Europa, añoraba el ambiente europeo, su
cultura, el idioma, “No somos sino
fantasmas o recuerdos” realmente no creía
que le merecía la pena seguir viviendo como una sombra en Nueva York; pero
nunca se produjo ese milagro; el nazismo avanzaba inexorablemente, fuerte y con
aliados… A Zweig esta angustia le paralizaba: “Europa se ha suicidado", repetía una y otra vez.
Finalmente, los Zweig embarcaron en
agosto de 1941 a Brasil. Antes de partir, el escritor le entregó su máquina de
escribir a su amigo Joachim Maas y le dijo: "Puedes quedártela como un regalo. Ya no la necesitaré más".
El matrimonio se instaló en Petrópolis, en los atardeceres,
Zweig daba largos paseos por la selva con su esposa y leía los ensayos de
Montaigne, en cuyos márgenes hacía anotaciones sobre la mejor forma de
conservar su libertad. En aquella época
escribió uno de los mejores libros autobiográficos que se han escrito: “El
mundo de ayer”, un libro imprescindible que nos traslada a las experiencias de
Zweig en su Viena natal, su entorno y su visión de la vida.
El desarraigo fue en aumento, sus
esperanzas de volver a Europa, a su casa, a Viena, se derrumbaron al conocer el
avance de los nazis en Asia y Oriente Próximo, por lo que el 22 de
febrero de 1942 Stefan y Lotte se suicidaron. Sobre la mesilla unas monedas,
una caja de cerillas y un vaso vacío. "Saludo
a todos mis amigos", escribió Zweig en su carta de despedida. "Ojalá puedan ver el amanecer después de esta
larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí".
Y se hizo el silencio. La obra de
Zweig, prolífica, original, educativa, enmudeció en Austria y en Alemania, sus
libros “desaparecieron” de las estanterías de las librerías y la belleza de su
voz se apagó. ¿Con cuántos talentos ha sucedido? Demasiados.
Necesitamos ponerle voz a las
tragedias de los refugiados, porque detrás de lo obvio, lo físico, el
desarraigo emocional es fortísimo… el dolor emocional siempre es peor. La
historia de Stefan Zweig es conmovedora, porque su historia y su pérdida nos
resultan trágicas.
Pero hoy hay muchos Stefan que
huyen de sus países por las guerras, las dictaduras, por las imposiciones sin
sentido, que causan un enorme dolor y rompen las vidas de millones de personas.
La tragedia cubre su mayor dimensión, no sólo por el hecho de tener que huir
“con lo puesto”, si no el desarraigo que te produce el saber, el tener la
certeza absoluta que no podrás volver, ese es el mayor desasosiego.
Por ellos y para ellas es esta historia.
Paulina Bánfalvi y Silvana Prats