La anciana se apoyaba exhausta tratándose de sentar un rato y dejaba su vista perdida en el infinito de
aquel camino de tierra. Imbuida en sus pensamientos no se percató de que una
niña de unos siete años se la acercaba, se sentó a su lado y como expulsando su
cansancio dio un suspiro, la miró y dijo:
-Te pareces a mi abuela, ella no podía caminar y se quedó… Segundos de silencio,
ambas conectaron sus pensamientos. La niña pensó en su abuela, la mujer pensó
en sus nietos. Un silencio roto por una
pregunta que hizo aparecer en la anciana una amarga sonrisa y un destello de
luz en sus ojos. ¿Te puedo llamar abuela? La mujer miró dentro de los ojos de
la niña y tomándola de la mano la dijo: - Te voy a mostrar algo, no tengas
miedo, cierra tus ojos. Ambas los cerraron muy fuerte y juntas empezaron a volar. La niña al
principio asustada, no se soltaba del regazo de la abuela, pero empezó a sentir
el frescor en su cara y poco a poco fue acostumbrándose a esa sensación de
flotar.
Mira, le dijo la anciana, el mundo es bello, ¿verdad? Quiero
que te fijes en que no hay nada que separe un lugar de otro. Las barreras,
fronteras que llaman a los límites de un país, las inventaron los hombres para
SEPARAR, se sirvieron de las bellas montañas, de los ríos, de acantilados.
Hace muchos años, muchísimos, la vida era como ahora la
nuestra, las personas caminaban hasta encontrar un hogar y asentarse. Cuando
llegaban a una aldea la gente que vivía en ellas les acogían y les preguntaban por
lo que habían visto, lo que sabían de otros lugares. Les daban comida, cobijo
y después partían de nuevo en busca de su lugar. Algunas de las almas errantes decidía
quedarse en ese poblado porque sentía que había encontrado su sitio y los
demás le despedían y seguían.
Esto ocurría así y los que fueron acogidos cuando
encontraban su lugar acogían, pero llegó un día en el que algunos jefes de
tribus quisieron ser más fuertes y
poderosos que las demás y empezaron a adueñarse de propiedades. Todo lo que
antes se trabajaba en común, repartiendo beneficios, se hacía de modo
individual y había que pagar al señor a cambio de protección. Surgieron las
murallas defensivas sintiendo al de fuera como invasor y enemigo, sea quien
fuere. Estos señores se hicieron cada
vez más poderosos, sembrando la miseria y el hambre mientras ellos llenaban los
bolsillos. La hospitalidad había que pagarla y la gente humilde trabajaba la
tierra para que los señores se dieran buenos festines mientras que a ellos
apenas les quedaba un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Esto fue hace
muchos años y en esa época, a pesar de que había miseria, en las casas de la
gente sencilla siempre se encontraba cobijo y repartían lo poco que tenían con
el que llegaba en peores condiciones.
La niña la miró y preguntó: - ¿esos señores siguen siendo poderosos? La abuela sonrió
asintiendo: - ¡claro, siguen ahí!, pero igual que ellos se han multiplicado y son
más, los Nadies, la gente humilde
también somos más.
El ruido de pasos las sacó del trance. Una mujer había
apoyado su mano en las suyas entrelazadas, debemos continuar las dijo.
La abuela, ayudándose de una rama encontrada en el camino y
de la niña, pudo ponerse de nuevo en pie y ambas continuaron su viaje, perdiéndose
de vista en el camino polvoriento agitado ya por miles de pies.
Cuando navego por Google Earth me encanta ver el mundo desde arriba, como si estuviera
volando, observar las montañas, las colinas, los valles, los ríos y lagos, las
ciudades, los monumentos…
El mundo como un bello lugar donde vivir.
Cuando un niño se lanza a pintar sobre un papel en blanco mezcla los colores y lo disfruta. Nadie le dice no te
salgas, no te pases de la raya.
El mapa físico, la vista satélite desde Google Earth no
tiene fronteras, como el dibujo libre de un niño. Las composiciones más hermosas
de color son las espontaneas, sin fronteras ni límites.