domingo, 10 de enero de 2016

¿Fronteras?

La anciana se apoyaba exhausta tratándose de sentar un rato  y dejaba su vista perdida en el infinito de aquel camino de tierra. Imbuida en sus pensamientos no se percató de que una niña de unos siete años se la acercaba, se sentó a su lado y como expulsando su cansancio dio un suspiro, la miró y  dijo: -Te pareces a mi abuela, ella no podía caminar y se quedó… Segundos de silencio, ambas conectaron sus pensamientos. La niña pensó en su abuela, la mujer pensó en sus nietos.  Un silencio roto por una pregunta que hizo aparecer en la anciana una amarga sonrisa y un destello de luz en sus ojos. ¿Te puedo llamar abuela? La mujer miró dentro de los ojos de la niña y  tomándola de la mano  la dijo: - Te voy a mostrar algo, no tengas miedo, cierra tus ojos. Ambas los cerraron muy fuerte  y juntas empezaron a volar. La niña al principio asustada, no se soltaba del regazo de la abuela, pero empezó a sentir el frescor en su cara y poco a poco fue acostumbrándose a esa sensación de flotar.


Mira, le dijo la anciana, el mundo es bello, ¿verdad? Quiero que te fijes en que no hay nada que separe un lugar de otro. Las barreras, fronteras que llaman a los límites de un país, las inventaron los hombres para SEPARAR, se sirvieron de las bellas montañas, de los ríos, de acantilados.

Hace muchos años, muchísimos, la vida era como ahora la nuestra, las personas caminaban hasta encontrar un hogar y asentarse. Cuando llegaban a una aldea la gente que vivía en ellas les acogían y les preguntaban por lo que habían visto, lo que sabían de otros lugares. Les daban comida, cobijo y después partían de nuevo en busca de su lugar. Algunas de las almas errantes decidía quedarse en ese poblado porque sentía que había encontrado su sitio y los demás le despedían y seguían.

Esto ocurría así y los que fueron acogidos cuando encontraban su lugar acogían, pero llegó un día en el que algunos  jefes  de tribus quisieron  ser más fuertes y poderosos que las demás y empezaron a adueñarse de propiedades. Todo lo que antes se trabajaba en común, repartiendo beneficios, se hacía de modo individual y había que pagar al señor a cambio de protección. Surgieron las murallas defensivas sintiendo al de fuera como invasor y enemigo, sea quien fuere.  Estos señores se hicieron cada vez más poderosos, sembrando la miseria y el hambre mientras ellos llenaban los bolsillos. La hospitalidad había que pagarla y la gente humilde trabajaba la tierra para que los señores se dieran buenos festines mientras que a ellos apenas les quedaba un mendrugo de pan que llevarse a la boca. Esto fue hace muchos años y en esa época, a pesar de que había miseria, en las casas de la gente sencilla siempre se encontraba cobijo y repartían lo poco que tenían con el que llegaba en peores condiciones.

La niña la miró  y preguntó: - ¿esos señores siguen siendo poderosos? La abuela sonrió asintiendo:    - ¡claro, siguen ahí!, pero igual que ellos se han multiplicado y son más,  los Nadies, la gente humilde también somos más.

El ruido de pasos las sacó del trance. Una mujer había apoyado su mano en las suyas entrelazadas, debemos continuar las dijo.

La abuela, ayudándose de una rama encontrada en el camino y de la niña, pudo ponerse de nuevo en pie y ambas continuaron su viaje, perdiéndose de vista en el camino polvoriento agitado ya por miles de pies.

Cuando navego por Google Earth me encanta ver  el mundo desde arriba, como si estuviera volando, observar las montañas, las colinas, los valles, los ríos y lagos, las ciudades, los monumentos…
El mundo como un bello lugar donde vivir.


Cuando un niño se lanza a pintar sobre un papel en blanco  mezcla  los colores y lo disfruta. Nadie le dice no te salgas, no te pases de la raya.

El mapa físico, la vista satélite desde Google Earth no tiene fronteras, como el dibujo libre de un niño. Las composiciones más hermosas de color son las espontaneas, sin fronteras ni límites.