Un ejemplo de familia refugiada
Hace algunos meses tuve la
grandísima suerte de conocer a un gran
hombre, maestro y padre de una gran mujer. Vive en Birmingham con su
familia y firma sus mails como “Z”.
Durante el curso pasado, yo
impartía las clases de “Valores Sociales y Cívicos” en el centro donde trabajo
desde hace 17 años. Casualmente, el alumnado de esta área coincidió ser el
mismo al que llevo años dedicándome vocacionalmente: niños inmigrantes que
profesaban otra religión, que habían llegado de otros países en busca de un
futuro mejor, por lo que la satisfacción fue para mí aún mayor. El área me
fascinaba y observé que fuera cual fuera el curso, los valores a trabajar eran
casi siempre los mismos (amistad, solidaridad, ayuda a los demás, respeto,
etc.), de modo que busqué un hilo conductor para todos ellos. Necesitaba algo
que me permitiese unir la realidad social mundial con los valores, un modelo
adecuado, con el que los niños pudiesen llegar a sentir empatía y pudiesen
identificarse con él, de modo que la motivación por la temática fluyera y
facilitase el aprendizaje. Del mismo modo, busqué formas de integrar la
gamificación, el uso de las TIC e incluso el trabajo en lengua inglesa.
Elegí a Malala Yousafzai, Premio
Nobel de la Paz 2014. La famosa niña que había sido víctima de un atentado en
Pakistán, cuando regresaba de la escuela. Era una niña musulmana, al igual que
todos mis alumnos en aquel momento, por lo que rápidamente empatizaron y conectaron
con la historia. Entonces nació mi obra “ElSueño De Malala”: textos y audios con el relato de su historia, vertebrada
en 24 Valores, y adaptados en dos volúmenes (Infantil: 6-8 años, Juvenil:9-12 y en adelante), además de la Guía Didáctica para el docente (español o inglés)
con 192 actividades basadas en las Inteligencias Múltiples de H. Gardner,
gamificación con los recursos creados para ello, uso de TIC, etc. Durante el
mes de julio nos llegaba una gran noticia: la obra había sido galardonada con
uno de los Premios Nacionales Vicente Ferrer de la AECID y MECD. Dos meses más tarde la Fundación Paz y Cooperación lo reconocía a nivel internacional con
uno de sus diplomas. La editorial TintaMala publicaba la obra, y en pocas
semanas ya estaba en mis manos (disponible en Amazon).
Los resultados obtenidos con el
alumnado fueron asombrosos. Tomando como referencia a Malala, habían
comprendido perfectamente cada uno de los valores.
Entre medias de todo esto, yo
difundía trabajos y resultados en las redes sociales. Malala Fund se hizo eco y publicó un extracto en su blog, hecho que me llenó de incredulidad, alegría y
satisfacción personal. Semanas más tarde, recibí un correo: la familia
Yousafzai me invitaba a visitarles, deseaban conocerme. Lo firmaba “Z”:
Ziauddin Yousafzai, el padre de Malala.
Mi estancia en Birmingham fue
breve, pero de lo más intenso e increíble. Sentada ante la mismísima Malala y
su padre, en un encuentro privado y mientras almorzábamos, pude acercarme a la
parte más humana de estas grandísimas personas, fuera del alcance de cámaras o periodistas. Mis ojos y mi alma los miraban
con tal admiración, que la emoción apenas dejaba espacio a las viandas. La
profundidad que transmiten en sus palabras y en sus miradas, apenas es
descriptible.
¿Y por qué lo cuento aquí? Es
fácil. Ellos también son refugiados. Tras el atentado contra Malala, y ante la
falta de medios médicos en la zona, Malala fue trasladada en avión a
Inglaterra, donde se recuperó. Este país les dio la bienvenida hace ahora tres
años.
¿Qué sienten los refugiados lejos
de su hogar? Malala extraña su país, su casa en Mingora, sus amigas, sus juegos, sus cosas… Pero de momento no es
posible el regreso. Se han adaptado a su nuevo hogar y reconocen que ha sido
fácil gracias a la acogida de los ingleses.
Ayer leía en este blog la entrada
de Antonio Márquez “Yo nunca hice
nada”, y estos grandes amigos me vinieron a la cabeza. Hay una frase que “Z” me
dijo mientras almorzábamos:
“Montse: los maestros tenemos mucho poder en nuestras manos. El poder de la educación. Si a un niño le presentas un guerrero, el niño aprenderá a guerrear; pero si le presentas un pacifista, los niños harán la paz”.
Ya conocía esas palabras, pero el
hecho de oírselas decir en mi presencia, hizo que mi convencimiento fuera tan
fuerte, que las tengo presentes cada día.
¿Somos los docentes conscientes
de lo que podríamos conseguir con nuestros alumnos? ¿Somos conscientes de
nuestro potencial para reconducir al mundo hacia la empatía, la solidaridad, el
respeto, la tolerancia?
Ojalá que todos los ciudadanos aprendamos a
ACOGER. Ojalá que todos nuestros niños aprendan en la escuela y en la familia
los valores sociales básicos para que, en un futuro no muy lejano, logren
gestionar nuestro planeta de una forma MÁS HUMANA. Ojalá que todos los
educadores utilicen el arma de la EDUCACIÓN en sus aulas, no solo en busca de
conocimientos, sino también de la enseñanza de la humanidad.
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