1º Premio Nacional Fundación Mapfre de Innovación Educativa 2014.
Desde mi niñez más temprana, recuerdo las
conversaciones de mis padres a la mesa, conversando sobre sus años de emigrantes
en Suiza. Fueron emigrantes de aquellos de los 60, cuando España sufría tal
crisis que salir del país se presentaba como la única solución posible. Con
apenas unos estudios básicos y con un absoluto desconocimiento del mundo, se
instalaron en Berna, la capital, donde permanecieron durante 14 años. Allí nací
yo. Solamente estuve 3 años, los suficientes como para que mi memoria recordara
imágenes, olores e incluso sabores en mis posteriores viajes a la tierra alpina
que me vio nacer.
Las emociones que describe el director de cine Carlos
Iglesias en su película “Un franco 14
pesetas” (2006), calcan a la perfección las diferencias que, ya hace años,
existían en países europeos con respecto a la acogida del migrante. Me
sobrecogen las descripciones de mi padre con respecto al primer día de escuela
de mi hermana: era el propio “patrón”
quién acompañaba a mis padres a llevarla en aquella jornada tan importante de
su vida; les presentaba a la maestra del
“kindergarten” y les animaba en el
acto de cortar el lazo emocional con su hija en un país desconocido para ellos.
A lo largo de vida laboral como maestra de Pedagogía
Terapéutica en el Colegio Virgen de la
Peña (Bembibre), mi contacto con los niños migrantes ha sido constante.
Zona minera por excelencia -ahora en decadencia-, y receptora de extranjeros en
pos de la misma fortuna que años atrás muchos españoles, he podido observar las
conductas y procesos de adaptación que muestran estas familias. La gran mayoría
de origen árabe, casi siempre separados del padre durante los primeros años de
acomodación, y posteriormente familias reagrupadas con esposas e hijos. Las
dudas han estado desde siempre:
¿Imaginas lo
que siente un niño cuando deja su país? ¿Se les pregunta con frecuencia qué es
lo que sienten?, ¿Cómo se sintieron cuando dejaron atrás amigos, familia,
paisajes, recuerdos…? ¿Se les pregunta acaso, qué sintieron cuando llegaron,
quién les ayudó, cómo resolvieron sus conflictos emocionales, o tan siquiera,
si los han superado? ¿O acaso con frecuencia el profesor de música, les sugiere
que entone una melodía de su país de origen y que explique lo que ensalza? ¿Se
procura cada día facilitar sus niveles de integración en el aula, pidiéndoles
que ejemplifiquen aquel concepto del que se está hablando, para ampliar el
punto de vista de sus compañeros, o simplemente para que se sientan importantes?
¿O quizás se les da la oportunidad, en los centros católicos, de entonar una
oración a Alá, -al igual que él escucha nuestras oraciones a Dios-, en pos del
respeto, la tolerancia y la apertura a otras culturas y religiones?
A emociones y sentimientos provocados en los niños y
familias por el hecho migratorio, el duelo que genera -Síndrome de Ulises-, el manejo de la llegada y la adaptación
socioemocional al nuevo entorno y al centro, la situación socioeconómica
inestable a la que se enfrentan, la falta de redes sociales de apoyo… Se
les añade todo lo relativo al ámbito curricular. Por si fuera poco, los niños
han de sacar aun mas fuerzas para poder enfrentarse a un sistema educativo,
sobre el que los organismos oficiales y el estado teoriza maravillas sobre la
educación individualizada y adaptada, donde justifican sus decretos y
decisiones con teorías educativas como programas de apoyo, niveles de
desarrollo integral, motivación, inmersión lingüística, etc., para luego
contradecirse conduciendo a estos pequeños a hundirse en la frustración y en la
desmotivación hacia todo lo escolar por medio de pruebas del mismo nivel que su
grupo de edad, mismo temario, mismos libros de texto… Esto no es acogida. Ni
siquiera humanidad.
Toda esta situación que describo fue el campo de
cultivo para desarrollar un proyecto que resultó ganador del 1º Premio
Nacional de Innovación Educativa de la Fundación Mapfre 2014, “Recapacita”. El
proyecto se encuadró bajo las directrices de teorías y pensadores de referencia
en cuanto a las Inteligencias Múltiples (H. Gardner) y la Inteligencia
Emocional (Goleman), el Trabajo Cooperativo (Johnson & Johnson), la terapia
Racional Emotiva (A. Ellis), etc. Se pretendía que el alumno fuera capaz de
detectar las cogniciones negativas que generaban sus emociones, para poder tornarlas
positivas, analizando mediante trabajo cooperativo (con otros compañeros en la
misma situación de recién llegados) los tres momentos de “su viaje”: la
recepción de la noticia en el país de origen, el viaje en sí mismo, y la
llegada y acogida al país (España).
Pudimos realizar actividades de todo tipo (de competencia matemática: calculando distancias, tiempos, manejando escalas...; de competencia lingüística: practicando en la adquisición de la lengua vehicular...; aprender a aprender, mediante el manejo de mapas mentales, etc.) y otras en las que
incluso las familias participaron de forma muy colaboradora y agradecida. No
solamente se analizaron emociones, sino que se plasmaron en “Diarios de viaje”,
se compartieron pensamientos sobre los distintos objetos traídos del país de
origen y las emociones suscitadas, se analizaron obras de pintores de la época
modernista (con las que incluso aprendieron a poner nombre a aquello que
sentían), relataron sus viajes, reímos, lloramos.
Creo que a estas alturas perciben su “viaje” de una
forma muy distinta y gratificante.
Creo que es bueno que los maestros, esos que tantas
horas pasamos a su lado, seamos más conscientes de esta certeza que yo tengo:
MIENTRAS ESTOS PEQUEÑOS NO TENGAN EL DUELO MIGRATORIO ELABORADO, RESULTA ABSURDO PRETENDER QUE SUS MENTES SE ABRAN AL CONOCIMIENTO
TÁCITO.
A-C-O-J-A-M-O-S
Montse Alonso Álvarez
@monsealo