Soy maestra. Desde
hace 17 años, la docencia me ha producido grandes satisfacciones. Pero no solo
eso, sino el hecho de ser madre de 3 hijos. Padezco cierta sensibilidad hacia
la infancia, que se manifiesta en todos los recodos de mi existencia.
El tema de los
refugiados también ha hecho mella en mi alma. Pertenezco a esa minoría
ciudadana a la que siempre le ha dolido lo que estas personas están viviendo,
pero aún más lo que pueden estar pasando los niños en su periplo caminante por
tierras desconocidas de oriente. Bueno, oriente, Occidente... ¡qué más da! Hace unos meses nos llagaba la foto del pequeño Aylan Kurdi, de 3 años, sacudiendo aún más nuestras conciencias.
Hay un hecho que
siempre me ha parecido de lo más dulce y tierno de admirar: el sueño de un niño. Tengo la imagen
del hecho de DORMIR, un tanto idealizada. Me resulta extremecedor ver a un
niño dormir.
Algunos se abrazan
a un trapito o gasa, lo frotan contra
su mejilla, o simplemente ya desde las primeras semanas de vida aprietan sus caras
contra ellos, en busca de algo de protección similar a la del vientre de sus madres. Con el paso de los años, esos trapitos llegan
a ser para ellos valiosos fetiches tranquilizadores, capaces de calmar sus
llantos y sus ansiedades más desesperantes. Otros desarrollan vínculos con
peluches, chupetes que multiplican en sus manos a modo de "plan contra la
pérdida", pero al final, llegan a tener las mismas funciones que los
anteriores. Conozco a personas, ya adultas, en las que aún perduran estos
antiguos vínculos.
DORMIR es un hecho
necesario biológicamente. Pero no solo eso: es un acto que solicita un ambiente
y unas condiciones físicas adecuadas de temperatura,
luz, comodidad, etc. Pero ante todo es un acto
íntimo, que solo es realmente gratificante y reparador cuando se realiza en
una situación de calma y tranquilidad, en una atmósfera protectora y segura
para el durmiente, bajo la confianza
que le dan quienes descansan y hacen lo mismo cerca de él.
La duda es... ¿y los niños refugiados durante su huida?
¿En qué condiciones duermen? ¿Qué es lo realmente importante de ese sueño: el
descanso físico o la tregua al alma? Como madre y educadora, me cuesta
imaginar las atroces condiciones en las que sus cuerpos descansan. Quizás
abrazados a sus madres, tumbados en la tierra fría, o sobre una cama de telas,
chaquetas, plásticos... Abrazados a sus madres, a sus peluches también
emigrados, o a un trapito roto y
desgastado que aún mantiene el olor a su hogar o quizás apegados a
alguien desconocido que les tendió la mano tras perder a su familia en el frío
viaje.
Tal vez sus
cuerpos, exhaustos de la diáspora, permitan una tregua a sus sueños. Tal vez
sus mentes no sueñen, con el fin de dejar el trauma escondido hasta que pase lo
peor, o tal vez sueñen con lo que dejaron atrás y perdieron, con noches
tranquilas y sosegadas en algún lugar del planeta, sin estallidos ni
derrumbes que ensordezcan sus deseos y sus derechos.
Tal vez no
dispongan de su almohada, aquella incondicional cómplice de tantos sueños,
deseos, frustraciones, alegrías, confidencias. Almohada que la madre enfundaba
semanalmente en distintos y alegres motivos infantiles (rayas, lunares, lisas o
arrugadas). Aquella bajo la que escondían sus manitas durmiendo de lado o
bocabajo, la que templaba el cuerpo y el alma.
Tal vez ahora solo
sueñen con una tiza y una gran calzada sin espinos a los lados, sobre la que
pintar:
SOLO
SUEÑO CON VIVIR EN PAZ.
Montse Alonso Álvarez
@monsealo
@ElSuenoDeMalala