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lunes, 25 de enero de 2016

Educar

No sé si Gabriel Celaya pensó simplemente en la labor del educador o el valor de la “Educación” cuando compuso su poema Educar; pero viendo las imágenes, a las que tristemente nos estamos acostumbrando en los últimos meses, las preguntas que le haría al poeta se aglutinan en mi cabeza. ¿Cómo educamos ante la impasibilidad? ¿Cómo nos convertimos en abanderados de valores? Por eso, mi contribución no es ninguna de las actividades que desarrollamos en clase, ni una propuesta metodológica; sino una simple reflexión de una profesora, de una docente, de una persona, que se queda sin herramientas para explicar tanta locura.

Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.

¿Y si la vida te pone en riesgo? ¿Y si la medida, el peso y el equilibrio dependen de una fortuna que otros han decidido echar a suertes sin valorar la medida, el peso y el equilibrio de vidas ajenas?  Una barca donde los conceptos y valores que aprendes para el futuro se han perdido porque este futuro puede que dure menos de 24 horas.



Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.

Entonces, sí me pongo de acuerdo con el autor. ¿Por qué? Porque marino, pirata y poeta respiran la vida, porque se arman de paciencia para luchar contra lo que venga, porque en cada imagen hay una gran lucha: la lucha por la vida.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.

¿Esperanza en una pesadilla? Es consolador “palpar” cómo hay personas que luchan por esas vidas, que olvidan fronteras, lenguas, etnias… En sus brazos solo ven futuro y valores de esos que intentamos enseñar en un aula, pero que brotan en una imagen y se hacen comprensibles en un instante. A mí me costó dos clases seguidas explicarlos con palabras.






Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.

Y resulta que ese navío no encuentra un puerto fiable. Una ristra de países que son incapaces de estimar en cuánto se cifra exactamente la solidaridad, portadas que van desapareciendo porque no es lo que demandan los lectores… Se me viene otro verso a la cabeza, “una muerte es una tragedia, tres mil muertes, una estadística”…¿Nos habremos acostumbrado a estas imágenes? ¿Nos hemos familiarizados con la estadística? Alejamos nuestros puertos cada día un poco más, olvidamos el legado de solidaridad que nos transmitieron en un pasado no muy lejano.


Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.


Me quedo con este sueño, con iniciativas como la de Maestros con los niños de Siria, que nos permite ver en nuestra profesión una manera de hacer de este mundo algo mejor. De nada sirve que seamos especialistas en Matemáticas, Historia, Lengua si se nos olvida nuestro papel fundamental: Educar; educar con una bandera sin colores, ni fronteras, con nuestras  diferencias y nuestras similitudes, con sensibilidad, con razón… Esas personas que tenemos cada día frente a nosotros son el futuro, los que aprenderán de nuestros errores, los que un día recordarán que su profesor intentó explicarle cómo la locura puede destruir vidas, puede hundir barcos.

María P. Rodríguez
@Mara_RN

Imágenes: http://www.elperiodico.com/es/noticias/internacional/fotos-que-haran-entender-drama-humanitario-los-refugiados-sirios-4452020

lunes, 11 de enero de 2016

Desaprender la guerra


“Desaprender” esa palabra que para muchos maestros y alumnos parece una utopía en el maravilloso mundo educativo, donde solo pensamos en educar y aprender.

Desaprender la guerra, realimentar la risa,
deshilachar los miedos, curarse las heridas.

El cantautor Luis Guitarra nos da una lección de las tantas cosas que tenemos que desaprender, tantas cosas que día a día nos van haciendo más insolidarios, más inhumanos y nos van conduciendo a vivir en una burbuja insostenible.

Rehabilitar los sueños, penalizar las prisas,
indemnizar al alma, sumarse a la alegría.

Educar a nuestros alumnos en la sensibilización, el respeto y en la empatía, esta es la clave para crear un mundo mejor; pero para ello, debemos hacer un análisis de todo aquello que tenemos que desaprender en nuestras vidas, nuestras guerras personales, el odio, la mentira…

Difuminar fronteras, rehuir de la codicia,
anteponer lo ajeno, negarse a las consignas.
  
En el video-clip “Desaprender la Guerra” podemos ver dos direcciones de las imágenes aparentemente contradictorias y sin embargo complementarias. Hay que ser conscientes de una buena elección, elegir la segunda dirección, hacia delante, elegir la vida, alimentar los sueños… educar y sembrar, pero también cultivar y cuidar, estas son algunas de las acciones que día a día hay que tener presentes en nuestras vidas y transmitir en nuestra gran labor educativa.

Desconvocar el odio, desestimar la ira,
 rehusar usar la fuerza, rodearse de caricias

Como maestros, tenemos un gran reto, conseguir que nuestros alumnos pierdan el miedo a desaprender, a comenzar de nuevo, a ser realistas y a elegir una mejor manera de vivir la vida, más solidaria, más humanizada, haciendo realidad sus sueños y los de los demás y que sean capaces de contagiar esa ilusión.

Y en tu vida, ¿qué guerras debes desaprender?

Roberto Busquiel García
@robertobgdoc
Maestros innovadores, alumnos competentes

Perfectamente real

Algo completamente inverosímil pero perfectamente real.
En un planeta agitado por una corriente cálida que removía los colores del climatógrafo y los equilibrios del climaterio, una niña trasnochaba debajo de la manta. A veces sentía calor, a veces frío. 
Hacía tiempo que la última de sus amigas había cerrado el chat en su red social. Como no podía dormir, admiraba los efectos del cambio climático sobre la superficie combada del planeta, a través de una aplicación recomendada por la profesora de Ciencias Naturales. Earth: an animated map of global weather conditions.




Podría haberse levantado a describir en una hoja de papel su propuesta de medidas contra el sobrecalentamiento global. Pero habría tenido que encender la luz y, en consecuencia, añadir otra pincelada roja a la imagen sincronizada real-time. Prefirió cerrar los ojos, mientras imaginaba humanos dotados de branquias con las que respirar bajo el nivel creciente de las aguas marinas. Tuvo la extraña certeza de que su pueblo estaba, ahora, debajo del mar. 
Previno mentalmente un encuentro con Bob Esponja y Calamardo en el próximo atolón inundado por la irracionalidad de esos alienígenas, que pueden ver lo que está pasando en cualquier parte de su mundo, pero no pueden intervenir modificando su destino.
En vez de sumergirse, como una selkie sin amarras, en las profundidades de aquel sueño, tocó suelo. Vislumbró las huellas de unos pies parecidos a los suyos sobre el fondo arenoso, un poco lodoso, de la plataforma continental, que debería haberlas borrado y asimilado. 
Volvió a cerrar los ojos durante unos segundos. Cuando los abrió, seguían ahí.
Las huellas se multiplicaron por dos, por diez, por cien. Anunciaban a niñas o niños desde la talla 21 a la 41. Criaturas con los dedos largos o cortos, separados o muy juntos, graves o ligeras, de todos los colores del climatógrafo, muchos años antes del climaterio, hasta que se reunieron en medio de una explanada.
Le miraban con ojos encajados en sus órbitas, rostros de perfiles un poco borrosos y cabello ondeando al ritmo de la corriente, a varias decenas de metros bajo la superficie de un mar agitado. 
Ariadna era muy miedosa. 
Tendría que haber sentido un escalofrío, los pelos de punta, el desmayo. No fue así.
Otra niña de ojos verdes la cogió de la mano, mientras los demás le iban saludando, cada uno a su manera: un guiño, una carantoña, el inicio de un baile, el signo de victoria, una mirada melancólica, gestos amigables y algunos burlones, amenazadores, que se reían cuando cambiaba el paso o se apartaba a un lado.
Escuchaba sus voces en distintas lenguas, la mayoría en árabe, algunas en inglés.
- ابتسامة، أنت في منزلك 
Sonrió. Estaba en su casa.
- Take it easy.
Sí, era fácil.
Le sorprendió entenderlas todas, como si fuera la torre de Babel. Lo pensó mejor: en la plaza de Babel, antes que se construyera la torre, antes que hubiera ejércitos ni fronteras.
- ¿Qué hacéis aquí?
- ¿Tú que crees?
La niña de ojos verdes los tenía ahora negros y sombreados por unas ojeras que hablaban de largas vigilias y jornadas de hambre.
- No sé. ¿Sois zombis?
- Nos ahogamos.
- ¿Nos ahogamos?
- Ya lo sabes. No podemos cruzar el mar en un ferry, ni volar en avión, sin un visado sobre la última página del pasaporte. Nunca nos dejarían entrar por las buenas. Tenemos que intentarlo…
- Y yo, ¿quién soy?
- No sé. Supongo que una djinn.
- ¿Qué es eso?
- الجني
- ¿Pixie?
- Te falla el traductor simultáneo.
- Sí, je, je… A veces me siento distinta al resto, como si estuviera mal programada. Una mujer androide.
“En las tradiciones más antiguas, los genios eran los espíritus de pueblos desaparecidos, que actuaban de noche y se escondían al despuntar el día. Otras tradiciones dicen que son seres de fuego. En todos los casos se trata de seres con características de duendes y otros seres mitológicos elementales de la naturaleza, que pueden, según su talante, atacar o ayudar al ser humano” ("Genio", Wikipedia).
- Un espíritu trasnochador.
- Puede ser… 
- ¿Para qué estoy aquí?
- Para ayudarnos.
Se sentaron en el suelo húmedo y frío de la explanada. Muy cerca de ellas se levantaban tiendas de campaña y sombrajos que ocultaban lo que había detrás. Una brisa gélida de amanecer acarició su piel. Ahora sí que le recorrió un largo escalofrío, desde la planta del pie descalzo hasta la punta del pelo revuelto.
Volvió a ponerse de pie para otear. Descubrió montones de escombros ennegrecidos por el fuego entre hileras de casas de tres o cuatro pisos. Muchas amenazaban ruina. Se apoyaban las unas en las otras en calles estrechas, de modo que la caída de una auguraba el desplome de la siguiente.
- ¿Estáis encerrados? Me recuerda al ghetto de Varsovia.
- Esto es Yarmuk, un campo de refugiados palestinos. Era, antes que lo bombardearan.
-¿Qué me dices?
- Me llamo Shatila. Estás conociendo mi historia. Lo necesitas si quieres ayudarnos y liberarte.
- No tengo que librarme de nada. Estoy soñando bajo la manta de mi cama.
- ¿Seguro?
- Creo que sí.
- Sueñas que vuelves a ser niña. Sueñas que puedes cambiar el mundo.
Cerró los ojos durante unos segundos. Quería despertar.
Cuando volvió a abrirlos, su amiga todavía estaba allí.


domingo, 10 de enero de 2016

Seamos niños, creamos en el poder de la humanidad

Yo cuando era una niña pensaba que nada era imposible. Creía en la solidaridad imperiosa del ser humano y me parecía que todo problema tenía una solución. Era creyente de los finales felices y los que no lo eran los cambiaba en mi cabeza. Porque el ser humano para mí tenía una capacidad de acción similar a la de un súper héroe y no concebía la posibilidad de que no la usase. Es algo absurdo, ¿quién sabe volar y no lo usa?

Con los años me fue llegando el jarro de agua fría que premonizaban los adultos a los que exponía mis ideas, pero no de una manera brusca, más bien parecía una regadera de agua fina. Ellos llamaban a esa agua fría "baño de realidad", pero no era cierto, eso es simple y llanamente pereza. Pero pereza adulta, que casi puede estar escrita en mayúsculas de lo grande que puede llegar a ser.
La única islita de esperanza infantil que conservaba era gracias a mi profesión: soy maestra y cada día me tengo que "enfrentar" a miradas llenas de ilusión, esperanza y fe. Fe en el ser humano ¡a tope! Miradas que observan y esperan de mí lo mismo. Y yo que soy el espejo en el que se miran, uno de sus referentes, ¿no pensaba hacer nada? Poco a poco fueron vaciando el agua de la pereza de mi interior a cucharaditas pequeñas y empecé a ver la realidad. 

Se puede hacer y mucho. Pero de nosotros depende de si queremos o no hacerlo, existen muchas posibilidades de acción y muchas excusas para no hacer nada. ¿Qué camino elegimos? 

Decidí volver a ser niña, volver al mundo de los ojos llenos de esperanza e ilusión, volver al mundo de las posibilidades. Porque es mi deber, mi necesidad, porque si no lo hicera defraudaría muchísimo a la niña que hay en mí y que mira con admiración a una adulta  ideal a la que cuesta muchísimo parecerse. Una adulta que haría lo que fuera por unos niños que han perdido la esperanza en los sueños. Niños a los que les han robado la infancia, esa infancia que confía, que espera, que tiene fe. 

Actuemos como niños, sintamos como niños, luchemos como ellos. Porque no hay límites, los límites nos los ponemos nosotros mismos. Reflexionemos ¿qué haríamos si fuéramos niños?

sábado, 9 de enero de 2016

Yo nunca hice nada

Todo ocurrió de repente, sin lógica ni orden, sin motivos aparentes.
Yo soy un maestro de los de siempre, con sus alumnos, su maletín y sus libros de texto. Solo hacía mi trabajo enseñando a generación tras generación sin meterme en temas políticos, religiosos o morales. Una persona sencilla.

Por eso no alcanzaba a entender por qué teníamos que huir de nuestra tierra, de nuestro hogar, de nuestras raíces. Huir dejando atrás todo lo que amábamos por una amenaza de muerte que nada tenía que ver conmigo ni con los míos. Mi cabeza no podía entender por qué nos pasaba esto. Si yo nunca hice nada.

Aún resuenan en mi cabeza los gritos despavoridos de todos los vecinos anunciando lo peor

- ¡Ya vienen! ¡Corred! 


Salir corriendo, huir con lo básico, con lo imprescindible para la vida. Qué poco se necesita cuando nuestras vidas están en juego. Cuánto dejas atrás que ya no es necesario, prescindible. ¿Qué hemos hecho en nuestra vida? En un segundo valoras la vida por encima de todas las cosas.

Llevaba a mi hijo de dos años en brazo y una maleta con esas pequeñas cosas. Mi mujer me acompañaba, mantas en una bolsa, algo de comida y dinero y el peluche favorito de él. No había nada más.

Fuente: Periodista Digital
Todo fue un infierno dantesco en nuestro incierto viaje, pasando frío, hambre, miedo y sobre todo impotencia de ver llorar a tu familia. 
Hicimos un largo camino dejando todo atrás, deambulando por tierras desconocidas como un ejército de zombis. Tierras prósperas que vivían en paz y que nos miraban como los herederos por derecho de nuestra propia situación, indiferentes, insensibles, fríos. 
La falta de empatía de aquellas personas me llamaba poderosamente la atención aquellas veces en las que el hambre y el miedo abandonaban mis pensamientos. 
Mis sentimientos pasaban inevitablemente por la frustración y desapego por el ser humano. ¿Por qué no nos ayudaban? ¿Qué pasaba por sus cabezas? ¿Acaso no fueron niños, no tuvieron maestros que los concienciasen sobre la empatía, la solidaridad, la cooperación, el diálogo?

Fuente: Noticiasrcn
Fuente: El Patagónico
Pero cuando una persona tiene sus necesidades saciadas, difícilmente se esfuerza por entender al otro, por pensar qué sería de ellos si les sobreviniera esta situación.
Sin embargo a nosotros nos sobrevino, y hubo un tiempo muy muy cercano en los que yo vivía como ellos. ¿Qué paso? ¿Qué nos llevó a esto?

Yo nunca hice nada

Durante el viaje del terror en el mar, en la noche, en el sufrimiento, tuvimos una noche de calma en la que pudimos descansar sin temor a morir. Mientras mi hijo dormía acurrucado en los brazos de mi mujer, mi mirada se perdía en su carita de ángel y mi mente buscaba en lo más oscuro y profundo las causas de todo. 

Y entonces, y solo entonces fue cuando pude dejar a un lado el odio y la frustración y mirar en mí mismo, en lo que yo hice en toda mi vida, en todo mi caminar para cambiar el mundo. Igual que ahora me pregunto el porqué de la pasividad de las personas que habitan estos países que atravieso, hubo un día en el que la pasividad también se adueño de mí. Una pasividad que ahora me reprocho y que jamás me perdonaré. 

Caí en la cuenta de que yo nunca hice nada, nunca hice nada por evitarlo y había tenido el arma más poderosa que existe en mis manos para haberlo logrado: la educación. 

Caí en la cuenta de que siendo maestro durante tantos años, teniendo el poder de cambiar las mentes de los niños y hacerlos futuras personas solidarias, empáticas, abiertas de mente y de espíritu, humanas en definitiva, nunca hice nada. 

Durante todos mis años de calmado y cómodo trabajo solo me preocupé por dar la lección, porque los alumnos aprendieran lo que aquellos libros de texto nos marcaban y que nada tenía que ver con la vida, con la persona, con las emociones, con la sensibilidad o con el respeto. 

Caí en la cuenta de que esa era la causa de todo: creamos autómatas programados para la competición, el individualismo, el poder. Personas que deben ser más que el otro, personas con un apetito feroz. Esto culmina en sentimientos de indiferencia, de insensibilidad y de miedo. Miedo a perder el estatus que tanto les ha costado. Personas que lleguen a mirar a un refugiado como una amenaza a su modo de vida. Personas que no entienden que está en sus manos cambiar este sufrimiento. 

Yo contribuí a ello y ahora me arrepiento. Me arrepiento enormemente y pido perdón.

Todo fue un mal sueño

Ahora os puedo contar que afortunadamente todo lo que os he contado fue un mal sueño. Un sueño que tuve una noche después de leer un artículo donde se nos volvía a contar que habían aparecido otros tres niños muertos en las costas de Turquía. 

Y digo afortunadamente porque este sueño me ha hecho reflexionar, replantearme mi modelo de enseñanza. Replantearme si transmito aquello que verdaderamente importa a mis alumnos. 
Afortunadamente porque al despertar descubrí que estoy a tiempo, que yo podría haber sido el protagonista de la historia y no lo soy, que aún puedo cambiar las cosas. Que tengo la posición y el privilegio de hacer cambiar las cosas en un país de esos, que como en el sueño, vive en paz y con sus necesidades cubiertas. 
Puedo formar personas que en un futuro sean capaces de solidarizarse con los refugiados, con los que sufren, con los niños que huyen. Está en mi mano transformar mi clase y trabajar el control de las emociones, la empatia, la asertividad, el diálogo, la resolución de conflictos, el autoconocimiento, el respeto, el acercamiento a otras culturas, la gestión del miedo, la felicidad, la cooperación...

Un mal sueño que me ha dado una segunda oportunidad para cambiar las cosas y ofrecer a mi hijo un mundo mejor.


Antonio A. Márquez Ordóñez
@AMarquezOrdonez

miércoles, 6 de enero de 2016

¿Han venido los reyes magos?

"...después de  de una gran travesía, venidos de lejanos países , arriban a Europa en este  6 de enero de 2016. Llegan cansados, exhaustos de tan largo viaje. Sus barbas son largas y sus modos de transporte han sido variados. En el último tramo tuvieron que abandonar los medios  clásicos y tomar otros más adecuados para la aventura que están a punto de finalizar"

Hoy es el día 6 de enero. Es el día de los Reyes magos -le explica su madre a  Salma, una niña de 8 años para que se olvide por unos momentos del frío y el miedo que tiene en el campo de refugiados-. Y continúa contándole una larga historia mágica de la cultura europea que habla de unos magos que traen regalos a los niños que se han portado bien. 
 - ¿Yo me he portado bien? - pregunta Salma a reglón seguido-  y se le iluminan las mejillas con un brillo que recuerda a la niña que es.
- Por supuesto, hija mía. Eres la mejor hija del  mundo.

Es ya medio día y Salma se aleja un poco de su madre, aprovechando los minúsculos rayos de sol que hoy lucían en Lesbos. En su cabeza resuena la historia que su madre le ha contado. Caminando con pasitos silenciosos, sus sagaces ojos buscan y rebuscan a este y oeste esperando ver una estrella que le indique la llegada de esos reyes mágicos de los que su madre le había hablado.

Sentada en una gran roca desde la que se ve la playa, cierra sus grandes ojos negros e intenta imaginar los regalos con los que vendrían cargados estos  reyes mágicos de los europeos. En un principio, su sonrisa aguanta firme a la ilusión. Poco a poco se apaga. Su imaginación se desvanece, se queda en blanco de manera súbita...y por más que quiere su cerebro no recupera imágenes de regalos, ni de juguetes,...sólo resuenan gritos y lamentos.


Abre los ojos asustada  de sus propios pensamientos. Por unos instante se queda paralizada,  y con su corazón latiendo a 100 bum bum por minuto,  cuando divisa a lo lejos a varias personas ataviadas con las más bonitas capas doradas que nunca había visto.  También ve que, hasta donde se encontraban estos imaginados magos, llegaba una interminable fila de personas que cargaban en sus brazos  grandes bultos.  -Seguramente son los regalos- pensó Salma.



Su emoción le activa y sale corriendo por todo el campo preguntando a su madre : "Mamá , mamá...¿han venido los magos? ¿han venido los reyes magos?... 

La niña señala con su dedo la escena. La madre observa la imagen de los voluntarios abrazando, protegiendo y transportando a los recién desembarcados y, temblando de dolor y con grandes lágrimas aflorando de sus ojos, atina a responder: 

- Si, hija. sin duda. Siempre que les necesitamos vienen. No llevan ropajes, ni camellos. No son ancianos, ni ricos...Sólo son hombres y mujeres de buena voluntad. Y no vienen cargados de  juguetes....ellos nos ofrecen todo lo que tienen para darnos el regalo más preciado:la vida.


Mientras tanto la televisión continuaba relatando la noticia sobre la última oleada de refugiados que llegaba a las costas europeas.

"...decenas de voluntarios de la Asociación  Humanitaria Médicos Sin Fronteras, han prestado los primeros auxilios a los nuevos refugiados procedentes de Siria, que han llegado a bordo de una lancha neumática. Han distribuido mantas térmicas para paliar al frío  y han transportado en sus brazos emocionados a  gran cantidad de niños que, a duras penas,  han conseguido  atracar  en la costa de  la isla griega de Lesbos". 

Las imágenes han sido extraídas de la cuenta de twitter del periodista y trabajador humanitario Miguel A. Rodríguez  @Marodriguez1971 y del artísta gráfico @pedripol, un par de blogs comprometidos y solidarios.


Jose Blas García @jblasgarcia

martes, 29 de diciembre de 2015

Imaginando el sueño...

Soy maestra. Desde hace 17 años, la docencia me ha producido grandes satisfacciones. Pero no solo eso, sino el hecho de ser madre de 3 hijos. Padezco cierta sensibilidad hacia la infancia, que se manifiesta en todos los recodos de mi existencia.

El tema de los refugiados también ha hecho mella en mi alma. Pertenezco a esa minoría ciudadana a la que siempre le ha dolido lo que estas personas están viviendo, pero aún más lo que pueden estar pasando los niños en su periplo caminante por tierras desconocidas de oriente. Bueno, oriente, Occidente... ¡qué más da! Hace unos meses nos llagaba la foto del pequeño Aylan Kurdi, de 3 años, sacudiendo aún más nuestras conciencias.
Hay un hecho que siempre me ha parecido de lo más dulce y tierno de admirar: el sueño de un niño. Tengo la imagen del hecho de DORMIR, un tanto idealizada. Me resulta extremecedor ver a un niño dormir.

Algunos se abrazan a un trapito o gasa, lo frotan contra su mejilla, o simplemente ya desde las primeras semanas de vida aprietan sus caras contra ellos, en busca de algo de protección similar a la del vientre de sus madres. Con el paso de los años, esos trapitos llegan a ser para ellos valiosos fetiches tranquilizadores, capaces de calmar sus llantos y sus ansiedades más desesperantes. Otros desarrollan vínculos con peluches, chupetes que multiplican en sus manos a modo de "plan contra la pérdida", pero al final, llegan a tener las mismas funciones que los anteriores. Conozco a personas, ya adultas, en las que aún perduran estos antiguos vínculos.
DORMIR es un hecho necesario biológicamente. Pero no solo eso: es un acto que solicita un ambiente y unas condiciones físicas adecuadas de temperatura, luz, comodidad, etc. Pero ante todo es un acto íntimo, que solo es realmente gratificante y reparador cuando se realiza en una situación de calma y tranquilidad, en una atmósfera protectora y segura para el durmiente, bajo la confianza que le dan quienes descansan y hacen lo mismo cerca de él.

La duda es... ¿y los niños refugiados durante su huida? ¿En qué condiciones duermen? ¿Qué es lo realmente importante de ese sueño: el descanso físico o la tregua al alma? Como madre y educadora, me cuesta imaginar las atroces condiciones en las que sus cuerpos descansan. Quizás abrazados a sus madres, tumbados en la tierra fría, o sobre una cama de telas, chaquetas, plásticos... Abrazados a sus madres, a sus peluches también emigrados, o a un trapito roto y desgastado que aún mantiene el olor a su hogar o quizás apegados a alguien desconocido que les tendió la mano tras perder a su familia en el frío viaje.
Tal vez sus cuerpos, exhaustos de la diáspora, permitan una tregua a sus sueños. Tal vez sus mentes no sueñen, con el fin de dejar el trauma escondido hasta que pase lo peor, o tal vez sueñen con lo que dejaron atrás y perdieron, con noches tranquilas y sosegadas en algún lugar del planeta, sin estallidos ni derrumbes que ensordezcan sus deseos y sus derechos.

Tal vez no dispongan de su almohada, aquella incondicional cómplice de tantos sueños, deseos, frustraciones, alegrías, confidencias. Almohada que la madre enfundaba semanalmente en distintos y alegres motivos infantiles (rayas, lunares, lisas o arrugadas). Aquella bajo la que escondían sus manitas durmiendo de lado o bocabajo, la que templaba el cuerpo y el alma.

Tal vez ahora solo sueñen con una tiza y una gran calzada sin espinos a los lados, sobre la que pintar:

SOLO SUEÑO CON VIVIR EN PAZ.

Montse Alonso Álvarez
@monsealo
@ElSuenoDeMalala